Por: Narces Alcocer Ayuso
La fiesta de los toros constituye un espectáculo multicolor, un espectáculo que según el escritor Camilo Cela representa un mundo caricaturesco y abigarrado, lleva casi 800 años de existencia desde que los caballeros ibéricos contemporáneos al Cid Campeador alancearon las antiguas reses bravías de la región peninsular. Mucho antes de la unificación de los reinos hispanos, el toreo nació como un ejercicio ecuestre –similar al rejoneo actual- ideal para la práctica caballeresca y que fue llevado a las plazas públicas de las poblaciones para deleite del populacho. La aristocracia acaparaba el protagonismo pero no eran pocos pajes u otros lacayos que osaban retar al cornúpeta con sus prendas, surgiendo el toreo a pie.
Cuando la familia Habsburgo deja sin herederos el trono español, asumen el poder los Borbones franceses que discriminaron la práctica taurina por considerarla burda y poco digna de la realeza; con ello la monarquía y toda la corte se desentienden del toreo y ceden la titularidad al vulgo, despegando la fama de la lidia a pie como sucede hasta nuestro días.
Mucha gente, en especial los detractores, creen que el toreo es un remanente de los espectáculos romanos que solían montarse en los anfiteatros de dicho imperio, sin embargo poco o nada tienen en común más que la similitud arquitectónica entre sus escenarios. No obstante, antes del toreo existían diversas prácticas y ritos táuricos que se remontan a cientos de años A.C. comunes entre los pueblos del Mediterráneo. Son de atención aquellos de la región ibérica debido a la fiereza de los animales otrora existentes en la zona, teniendo como dato las referencias de los pueblos celtíberos, los fenicios, cartagineses y romanos. Con ello comprendemos la importancia del toro en las culturas mediterráneas, mucho tiempo antes del toreo español.
A pesar de ello, el toreo no vive su mejor momento: aspectos como la crisis económica mundial, la falta de renovación de la afición, la protesta “a favor” de los animales, entre otros, han mermado el interés por las corridas de toros, incluso en nuestro Estado donde han cedido su protagonismo a los poco célebres “torneos de lazo” que nada tienen que ver con la auténtica Tauromaquia (esperemos que Lupita López y Michelito enderecen el rumbo). Y es que no es fácil comprender el toreo, quizá sólo el 10% de los asistentes a una corrida de toros sean aficionados y el restante simples espectadores, es como en el béisbol donde no muchos comprenden las jugadas y esperan a leer los periódicos al día siguiente para saber. Empero, los partidarios a la fiesta captan las sensibilidad del momento, tienen noción de que algo mágico ha sucedido… simplemente no saben qué es ni como se llama, es por ello que una pase no se parece a otro pase y las faenas son obras efímeras, únicas e irrepetibles.
Independientemente de su valor artístico y cultural, el toreo siempre ha contado con detractores, al principio religiosos que veían con desdén el hecho de arriesgar por diversión la integridad, posteriormente eruditos que lo consideraban contrario al afán intelectual, después políticos que le veían como un estandarte del régimen franquista, y recientemente conservacionistas que abogan por detener la matanza de animales. Mas por sobre todo, el toreo ha persistido, evolucionando, adaptándose al presente, a las exigencias del público y la sociedad en general que en la mayoría de las veces se mantiene neutral.
Pocos pueden imaginarse el fin del toreo, es algo ilógico, un retroceso desde cualquier punto de vista social; en escasos sitios se ha proscrito la matanza pública de los animales pero no la práctica taurina en sí ¿acaso se prohibiría una tienta o algún episodio de toreo de salón? sería absurdo. Sin embargo, en la misma España hay una región donde se busca acabar con el toreo: no con el espectáculo cruento, no con el sacrificio de reses… esa es Cataluña ¿su banderín? el nacionalismo. Su ciudad capital, Barcelona, se declaró “antitaurina” (sólo de título) con el argumento que el toreo es una práctica española totalmente ajena a la historia catalana; valgan nada los antecedentes ya comentados.
La ciudad de Barcelona posee una de las nueve plazas de primera categoría de España, y después de Sevilla es considerada la más importante del reino, su afición es de las más exigentes y conocedoras y en mucho tiempo fue la ciudad que más corridas acogió en el país ibérico. No obstante, alimentada por el rencor derivado de la Guerra Civil, su actitud frente al resto de la nación ha construido en un sector de la población, principalmente en lo jóvenes, un nacionalismo y afán separatista que lejos de homogeneizar los diferentes elementos acogidos en su cultura –más aún en estos tiempos globales- para enriquecerla, ha preferido desligarse de toda influencia española, en especial de la Fiesta brava. Dicha animadversión no encuentra eco en otro sitio, de hecho la región catalana de Francia lucha por mantener su afición taurina, defendiéndola de la censura parisina y el norte galo. Es tal la intolerancia de aquella comunidad española que hasta los inocentes “toros de Osborne” (siluetas publicitarias de la marca que han sobrepasado su esencia comercial) han sido vandálicamente derruidos del territorio, y cualquier chico de afición o padres aficionados es tildado de fascista en el colegio.
Hace unos días se dio la que para mucho fue la última corrida de toros en Barcelona, encabezada por el histórico José Tomás, con una plaza llena y temerosa del referéndum parlamentario que tendría lugar próximamente sobre el futuro del toreo en la zona. Muchos argumentos fundamentados se hallan a favor y casi ninguno en contra es serio, el ambiente político está tenso y hasta los más nacionalistas y antitaurinos legisladores se mueven con prudencia ¿cómo hacerle para no llegar a una censura, a una represión, a una imposición en la ciudad con mayor apertura y progreso de España? Incluso el periódico estadounidense “The New York Times”, célebre por su cerrazón al tema de los toros, ha publicado en letras de Michael Kimmelman un artículo donde se comenta cómo un grueso sector de la población de la misma Comunidad autónoma, España y el resto del Mundo se lamenta del móvil de la propuesta catalana, que lejos de establecer un debate sobre el trato a los animales o la controversia de las subvenciones, se enfoca a una coartación de libertades en los catalanes respecto al toreo. Con anterioridad se planteó el referéndum pero nunca se llevó a cabo, ahora se espera una resolución que “apuntille” a la fiesta; a los movimientos antitaurinos que en su mayoría abogan por los derechos de los animales no les importa la razón de la prohibición, simplemente urgen su aplicación ¿en qué clase de sociedad nos estamos convirtiendo?, más allá del desenlace de este capítulo y sin importar su final, sirva como referencia para entender el grado de antipatía de un sector catalán por España, y ahora más que nunca encuentra vigencia el comentario que hiciese Ortega y Gasset en referencia a la fiesta brava: la historia del toreo está íntimamente ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera resultará imposible comprender la segunda. N.R.A.A. Mérida, Yucatán a 4 de octubre de 2009.